Moguer en Platero
27/10/2010
Semana muy juanramoniana la actual, centrada en dos fechas importantes: la del pasado lunes, 25, conmemorativa de la concesión del Premio Nobel de Literatura al poeta de Moguer, y la de mañana, 28, en la que se recordará la muerte de Zenobia, la esposa que vino a determinar un cambio en la cosmovisión de su marido hasta el punto de encauzarle definitivamente la trayectoria lírica, a la vez que también favoreciera su aproximación a la poesía inglesa, tras la influencia primera de la francesa. De los dos acontecimientos cifrados se cumplen ahora 54 años, espacio temporal en el cual se sucedieron muchos y relevantes hechos, aunque el decir poético mantenga aún sin superar la marca alcanzada por Juan Ramón, una lectura instaurada en las mayores razones y en el más profundo significado. Junto a la figura de Zenobia, la Obra del moguereño, y porque en lo hondo todo se hace ley, exige igualmente para su comprensión la de su pueblo natal. La universalidad de Moguer, otro logro natural de su escritor, se ve así mejor y se justifica. Porque es Moguer, ciertamente, el principal protagonista de Platero y yo por más de la simpática popularidad ganada por el propio burrillo. Es ésta una clave fácil de descubrir tan pronto el citado libro nos sitúa en la intrahistoria de Moguer: la realidad de sus personajes, calles, costumbres, campos… “Primores de lo vulgar o belleza de los detalles mínimos”. Qué más da. Moguer todo en Platero. Y en Juan Ramón: “la Arcadia perdida de su infancia”.
Juan Ramón, editor
19/10/2010
Reciente aún la concesión del Premio Nobel de Literatura a Vargas Llosa, y en recuerdo de aquel 25 de octubre de 1956 en que le fuera otorgado a Juan Ramón Jiménez el citado galardón “por su poesía lírica, que en lengua española constituye un ejemplo de alta espiritualidad y de pureza artística”, dedicamos hoy nuestro espacio a otros reconocidos méritos del Andaluz Universal, vinculados a su condición de editor de libros y de revistas, tarea ésta también de vocación, que desarrolló con la exigencia personal que le caracterizó, preocupado por conseguir que cada publicación fuese “obra de arte”, y para la que nunca escatimó esfuerzos. No extrañe, pues, que el poeta moguereño visitara las imprentas con las que trabajaba, y que, en el seguimiento de sus proyectos, se involucrara tanto en aspectos relacionados con la selección de papel, las correcciones, la tipografía… Tampoco sorprende que Juan Ramón editara, como recoge Trapiello, “mejor que nadie, en parte porque tenía ese don natural para ver una página”, siempre desde su idea general de compartir la belleza “con las almas capaces de distinguirla y disfrutarla”, y porque, además, creía que “en edición diferente, los libros dicen cosa distinta”. Consecuencia, digo, de ese sutil y honrado compromiso fueron la delicadeza y exquisitez de los libros, propios o ajenos, bajo su dirección. Y del mismo modo, las revistas literarias a las que imprimió sello inconfundible: “Poeta, profeta Juan Ramón”, llegó a definirlo María Zambrano. No le faltaba razón. Nuevos fondo y forma como trajo a la poesía actual. Y “decoro, limpieza”.
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