Amadou Jallow tiene 22 años, un título universitario en su país natal, Gambia, y hambre. Está "esquelético" y sus ojos tienen "un matiz amarillo", algo comprensible si se tiene en cuenta que su dieta consiste en dos comidas diarias a base de tortas de maíz y aceite y que no sabe si el agua que bebe, que procede de una cañería rota, es potable o no. Jallow vive en esas condiciones junto con "cientos de inmigrantes" en un bosque de las afueras de Palos de la Frontera, en Huelva, en un poblado de chabolas hechas de plástico y cartón. Otro poblado, aún más grande, está en la vecina Moguer.
La situación de esos inmigrantes es el segundo tema de la primera página de la edición de hoy 'The New York Times', y el único, junto con la visita de Barack Obama al Reino Unido, que merece una fotografía. El contraste de la imagen del poblado de chabolas de los africanos con la de la reina de Inglaterra, el Duque de Edimburgo y Barack y Michelle Obama no puede ser mayor.
El diario afirma que "las autoridades"—aunque no especifica cuáles—estiman que "tal vez" 10.000 inmigrantes viven en los bosques de Andalucía, entre "ratas y culebras, ratones y pulgas", explica al diario Diego Cañamero, secretario general del Sindicato de Obreros del Campo (SOC).
"Los bares de la zona no los quieren [a los inmigrantes]. Dicen que los hombres huelen mal y que no son buenos para el negocio. Muchos de ellos son musulmanes, y no beben alcohol", según Cañamero. El rechazo es tal que en junio pasado el SOC tuvo que llevar un camión con una pantalla de televisión gigante al poblado para que los hombres—en la comunidad apenas hay mujeres—pudieran ver los partidos del Mundial de Sudáfrica.
'The New York Times' afirma que el alcalde de Palos, Carmelo Romero, del PP, no ha querido hacer declaraciones, pero el de Moguer, el también 'popular' Juan José Volante, afirma que "el problema es demasiado grande para nosotros".
Desde luego, el problema, según el 'Times', es considerable. Y se complica además con las peculiaridades culturales de los inmigrantes. Para muchos de ellos, regresar a sus países de África subsahariana tan pobres—o más—que cuando se fueron es una humillación inaceptable. Así que, como dice el diario, "Los hombres de los bosques no llaman a casa contando la verdad. Envían fotos de ellos mismos posando junto a coches de la marca Mercedes aparcados en la calle". Son las mismas fotos que alimentan el 'efecto llamada', del que cayó víctima Jallow. Tras 6 años en España, este ghanés sólo ha logrado, según 'The New York Times', una chabola. Y un sentimiento de amargura: "No somos salvajes ['bush people', o 'gente del monte']", concluye Jallow.
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