Belleza nueva y antiquísima
Viernes, 28 Agosto 2009
El mito de Tartessos, rica ciudad situada “en lo postrero de las tierras donde el sol se pone”, aludida por la Biblia y por todos los cosmógrafos del Mundo Antiguo, es con el de la Atlántida uno de los enigmas de la geografía y de la historia que más ha intrigado a los sabios del mundo entero. Misteriosa y seductora, desaparecida sin dejar otra huella de su civilización que su nombre.
Tartessos no fue, sin embargo, invención lírica de un soñador de quimeras. Aunque los intentos de localizarla en distintos parajes del Atlántico sur de España –concretamente en la isla de Saltés o en la barra de Sanlúcar– hayan fracasado, las investigaciones más o menos recientes sugieren el convencimiento de que la designación de Tartessos correspondió más que a una ciudad, a la zona costera de la actual Andalucía, comprendida entre las desembocaduras de los ríos Guadiana y Guadalquivir. Al identificar Tartessos con Tarifa, el padre Mariana incluía en su territorio a Cádiz y al Campo y Peñón de Gibraltar. Parece, pues, muy probable que fuera sobre el maravilloso y soleado litoral de las provincias de Hueva, Sevilla y Cádiz que pisaron los fabulosos pies de los Titanes y de Hércules, en donde reinara el longevo Argantonio –a quien Plinio “por testimonio de Anacreonte le da ciento cincuenta años”– primer gran guerrero y legislador de nuestra patria, al final de cuyo reinado los fenicios destruyeron y arrasaron el estado tartesso.
Una de las mejores playas de ese litoral es la de Mazagón, de siete kilómetros de longitud, arenas doradas y duras, aguas límpidas de sorprendente azul, dunas blanquísimas, pinos fragantes y suave clima, muy cercana a los lugares colombinos de Palos o La Rábida (de la que ya escribí) y a los juanramonianos de Moguer y Fuentepiña.
Si hoy Mazagón es apenas algo más que un mágico vocablo cuyo significado de hermosura sólo conocen unos miles de felices mortales iniciados en el deleite de su luz, de su aire saturado de músicas, de olas y sirenas, de sus noches magníficas en las que el cielo bético enciende millones de estrellas para espolvorear de nácares la superficie del mar, en un mañana inminente habrá de ser uno de esos nombres que incitan a las gentes de las más remotas latitudes a emprender el viaje de la ilusión en busca de la salud y el descanso en un paraíso redescubierto a pesar de estar en donde está desde el instante mismo de la creación realizada con mano de orfebre. Todo ello, claro está, salvando la inmisericordie tragedia del siglo XXI que vivimos y el disfrute y destrucción de los bienes naturales de nuestro planeta por parte del depredador humano.
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