31 de enero de 2010
LUGARES SAGRADOS: MOGUER Y LA CASA DE JUAN RAMÓN JIMÉNEZ
No son pocas las religiones que, entre sus ritos y obligaciones, no incluyan la peregrinación. La palabra que designa esta práctica es de origen latino y significa exactamente viaje al extranjero. No falta incluso quien la traduce como exilio, pero esto es harina de otro costal. El hecho es que salir al extranjero implicaba la aventura de estar y sentirse solo y aislado, entre gentes desconocidas y sin otra defensa que uno mismo. Así, en permanente estado de vigilia, no tiene el peregrino más remedio que sumergirse en su propia interioridad en busca de las fuerzas que han de llevarle a la meta: un lugar, tanto más sagrado cuanto más deseado y enaltecido.
¿Y acaso no es sagrado el lugar donde nace un poeta, donde vive y escribe un poeta, donde sueña un poeta…? Y si el poeta es Juan Ramón Jiménez, ¿no está más que justificada la peregrinación?
Pues esto es lo que hicimos en fecha reciente los poetas de ambos sexos que pululamos en torno a estas páginas, buscando en el camino los conceptos archisabidos y, sobre todo, la razón de los sueños.
Intelijencia, dame/ el nombre exacto de las cosas, escribió Juan Ramón, y las cosas, en aquella mañana de invierno, tenuemente soleada, hicieron de Moguer algo más que un destino y mucho más que un sueño. Brilló la poesía, corrió el mejor vino y, por unos instantes, se hizo la luz.
Después, ya de regreso, una breve visita a la aldea del Rocío –otro lugar de peregrinación-, que pasaría sin pena ni gloria, para dar paso a la diáspora. Adiós, buenas tardes… Cuando la noche cayó en la autovía, una luna desmesurada y roja nos alumbró hasta casa.
No sé por qué motivo, acudió a mi memoria un verso de Arias tristes.
LUGARES SAGRADOS: MOGUER Y LA CASA DE JUAN RAMÓN JIMÉNEZ
No son pocas las religiones que, entre sus ritos y obligaciones, no incluyan la peregrinación. La palabra que designa esta práctica es de origen latino y significa exactamente viaje al extranjero. No falta incluso quien la traduce como exilio, pero esto es harina de otro costal. El hecho es que salir al extranjero implicaba la aventura de estar y sentirse solo y aislado, entre gentes desconocidas y sin otra defensa que uno mismo. Así, en permanente estado de vigilia, no tiene el peregrino más remedio que sumergirse en su propia interioridad en busca de las fuerzas que han de llevarle a la meta: un lugar, tanto más sagrado cuanto más deseado y enaltecido.
¿Y acaso no es sagrado el lugar donde nace un poeta, donde vive y escribe un poeta, donde sueña un poeta…? Y si el poeta es Juan Ramón Jiménez, ¿no está más que justificada la peregrinación?
Pues esto es lo que hicimos en fecha reciente los poetas de ambos sexos que pululamos en torno a estas páginas, buscando en el camino los conceptos archisabidos y, sobre todo, la razón de los sueños.
Intelijencia, dame/ el nombre exacto de las cosas, escribió Juan Ramón, y las cosas, en aquella mañana de invierno, tenuemente soleada, hicieron de Moguer algo más que un destino y mucho más que un sueño. Brilló la poesía, corrió el mejor vino y, por unos instantes, se hizo la luz.
Después, ya de regreso, una breve visita a la aldea del Rocío –otro lugar de peregrinación-, que pasaría sin pena ni gloria, para dar paso a la diáspora. Adiós, buenas tardes… Cuando la noche cayó en la autovía, una luna desmesurada y roja nos alumbró hasta casa.
No sé por qué motivo, acudió a mi memoria un verso de Arias tristes.
© Domingo F. Faílde.-
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