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lunes, 31 de agosto de 2009

ANTONIO GARCÍA BARBEITO, CONTRARIO A LA PÉRDIDA DE LA VIRGINIDAD DE MAZAGÓN

21/08/2009
Incómodos paraísos. ANTONIO GARCÍA BARBEITO

Hemos ido desvirgando paisajes sin darnos cuenta de que nos quedábamos sin territorios vírgenes que tanto admirábamos. No nos hemos conformado con disfrutar de ellos de tarde en tarde y nos hemos metido en su cama, y ya no se cabe en su alcoba. No hace tanto tiempo -y si lo hace, ¿qué más da?- nos escapábamos algunos amigos, para pasar el día, a las veras del parador de Mazagón. Bajábamos una rampa terriza y se quedaba ante nosotros la inmensidad de un mar orillado de playas desiertas. Una inmensidad de arena para cuatro chavales, y de tarde en tarde, quizá una pareja extranjera que paseaba sin creerse el paraíso que hollaba. La única construcción que había era un cuartel de costa de la Guardia Civil. Recuerdo que bebíamos de un manantial que brotaba de la enorme pared vertical que defendía la playa, y a la hora de comer, o el bocadillo o el parado. La ducha, cuando llegábamos a casa. Cuando volví pasados unos años, no encontraba nada de la virginidad que dejé en lo que llamábamos «la playa de la paz». Vino la huella del ladrillo, empujada por nuestra ambición de conquistarlo todo, y acabó con el paraíso. Para no perderla, le dije una vez a una mujer: «Procura dejarme algo de ti sin conquistar, para no cansarme jamás de tu territorio». Eso mismo tendríamos que haber hecho con los paraísos, la playa, la sierra, todo. Pero no fuimos capaces de resistir la tentación.

Hace veintiún años viajé a Zahara de los Atunes para un reportaje de costa que empezó en Tarifa y acabó en Ayamonte. Cuando pasé el pueblo y llegué al hotel Atlanterra, sólo este edificio se levantaba allí como un oasis. Un alargado vacío -era agosto, como ahora- salpicado de cestas para proteger a los clientes del hotel de las perdigonadas de arena que dispara el levante. En Punta Camarinal, arriba -sólo arriba, en el monte-, algunos chalés que me dijeron que eran de alemanes. Lo demás, vacío frente a un paradisíaco mar que se tornaba turquesa junto al finísimo y blanco arenal. Titulé el reportaje «Zahara de los Atunes (no se lo digas a nadie)». Hace unos días, de Barbate a Zahara -nueve kilómetros- tardé más de una hora. Inmensa caravana. No encontraba el Atlanterra en el laberinto de edificaciones, y en Punta Camarinal, los chalés han bajado ya hasta la playa. No nos quedan paraísos vírgenes, y si queda alguno, estará ocultándose del peligro de los coleccionistas de virgo, que somos todos.

En: http://www.abc.es/hemeroteca/historico-21-08-2009/sevilla/Opinion/incomodos-paraisos_1023494229657.html#

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