El afilador
Escrito por Jose A. García
lunes, 10 de agosto de 2009
Sin pretenderlo, su toque característico te devuelve, acaso, a otro tiempo, cuando los pueblos olían más a pueblo (ahora todos saben a gasolina), y el afilador, a pie de calle, enfrente de tu infancia, formaba parte, junto con oficios también de la vida rural, de una realidad en la que casi todas las cosas, con sus silencios y ritmos, eran fascinantes. La figura del afilador, así, apuntaba primeramente con su música; luego, ya cercana su presencia, la ilusión del niño sólo tenía que esperar a que aquel lenguaje visual le dibujara un cometa en el aire mientras nuestro protagonista hacía su trabajo. Hoy, como entonces, el afilador ha vuelto a pasar por delante de mi vida. Mismo toque, igual compostura sobre su acondicionada bicicleta, y, sin embargo, qué percepción tan distinta después que las horas, los días y los años hayan afilado, sin remisión, lo suyo. Ningún cuchillo, pues, que entregarle; tal vez, -sí- la palabra. Con el mal uso, se volvió roma para la comunicación. Y habrá que afilarla. Cueste lo que cueste.
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