20 de agosto de 2009.
Curioso artículo sobre la realidad socio-económica actual, protagonizada por personajes populares del núcleo de Moguer.
Escrito por Antonio Ramírez Almanza
miércoles, 19 de agosto de 2009
No puedo darte más hijo, la vida está mu mala!>> Esta es la frase que llegó a mis oídos de paso por la calle del Duende, cuando, una señora, desde el umbral de su puerta entrecerrada, despedía a La Meli. Esta, iba tocada en sus facciones por una extraña aceleración, con el semblante desprovisto de rubor alguno ante aquella solicitud de pintoresco indigente, esos síntomas que presuponemos por la vergüenza de tener que pedir.
Nerviosa, escuchaba las últimas palabras de la mujer, interrogándola con gracejo por quiénes vivían en la calle que ella pudiera conocer. Me quedé pensando. No me resultaba extraña aquella imagen de alguien pidiendo por las casas del pueblo, aunque en este caso, la particularidad de conocer al mendicante, de tener referencias de su vida, me supuso un sabor agridulce, la resistencia de querer proteger, la impotencia de ayudar.
A la Meli, no le perturbó lo escaso de lo recogido. Con su pañuelo, incrustado a lo pirata sobre la cabeza ocultándole el pelo y media oreja,- como quien se oculta de la nada, perdida su sombra en un amargor de tiempo que quiere alargar, -se iba en necesidad aparente por aquella calle de viento y misterio del Moguer en atardecidas. Toca otra puerta, y otra. << ¡Corasón, no tienes algo pa mí!>>, repetía con una sonrisa picante, de casa en casa, vislumbrando los zaguanes de azulejos verdes, azules, índigos, mientras las luces de las galerías, filtradas por los cristales de las cancelas, recortaban la sombra de los cuerpos. <<¡Te puedo dar algo para comer, pero niña, tú ya no estás para andar por ahí tirada!>>, contestaban en la confianza, aquellos que la conocían de siempre.
La perdí de vista cuando subió la calle Botica. Había puertas que no se abrían. Cerradas en el tiempo, sólo la habitaba el abandono. Mas tarde, por Vendederas, sentada en el umbral de una droguería cerrada, fumando frenéticamente, compartía con su protegido de oscuridades la colación del día. Moguer se enlutaba para recibir la noche.
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